miércoles, 8 de mayo de 2013

Historiadores: Santo Sepulcro

El paso del Santo Sepulcro ha sido probablemente uno de los mejores tratados a lo largo de la historia. La primera imagen documentada de Cristo Yacente data del año 1765 y fue encargada a un imaginero de Siruela, de nombre anónimo, por la Hermandad del Salvador del Mundo.
La conservación gráfica nos muestra una imagen articulada con un buen estudio anatómico, en el que se incide en el tratamiento de la musculatura, con un detallado estudio de la caja torácica así como de las piernas, que aparecen separadas y no siguen la iconografía tradicional de colocar una pierna sobre la otra debido al "rigor mortis".
Tras su desaparición en la guerra civil, en 1942 se adquiere otra imagen donada por el Excmo. Ayto. de Calzada de Cva. de manos de su alcalde D. Carlos Maldonado Fournier. Se dice que se trata de una imagen del imaginero valenciano Francisco Pablo cuyo precio ascendió a 10.000 pesetas.
La nueva imagen podemos incluirla en la postguerra en un estilo neobarroco, la cual está tallada en madera e inspirada en la de Siruela. Al igual que la anterior también se encuentra articulada para poder realizar la función del Descendimiento.
Esta imagen está en una posición cúbito supina, con los brazos extendidos, así como las piernas ligeramente flexionadas hasta posar un pie sobre el otro. También posee estudio anatómico marcando los músculos, aunque no con la precisión que veíamos en la anterior. El cuerpo está cubierto por el paño de pureza, también anudado a la izquierda por un doble cíngulo que, al igual que la anterior, deja entrever parte de la cadera.
La cabeza, bien trabajada e inclinada hacia la derecha, nos muestra un hombre de larga melena que cae sobre sus hombros, en los que la gubia incide para resaltar los diferentes mechones que componen su cabello. La barba, partida al modo siríaco, presenta una característica similares.
El rostro, impregnado de una gran dulzura, posee unas perfectas facciones, con cejas bien trabajadas, nariz recta y ojos cerrados en actitud somnolente. El escultor, al igual que ocurría en el Barroco, no ha querido representar al hombre vencido por la muerte, sino que, por el contrario, ha plasmado la imagen de un hombre dormido en espera de ese despertar que será la Resurrección, en definitiva, no es un rostro en el que aparezcan los rasgos de la muerte, sino más bien un rostro pletórico de vida.

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