A LA VIRGEN DE LOS DOLORES
calzada apaga sus Dolores y enciende sus velas de Viernes Santo para que María virgen de los Dolores , preso el dolor en su rostro, abra las puertas para mecerla, en la noche más gélida y solitaria, bajo el palio infinito de un cielo preñado de estrellas. Para ayudarla, como lazarillo de su ciega tristeza, a bajar las escaleras que la separan de su senda de pasión.
La noche, muda, la ve caminar a deshora. Volver esquina tras esquina buscando al Hijo al que, horas antes, cautivo su cuerpo inerte en un rico ataúd, vio partir, a lo lejos, rumbo al viejo arrabal. La ve perseguir las pisadas que sus pies descalzos, camino al calvario, dejaron impresas sobre las gotas de cera derramadas en la calle; acariciar un rizo de su pelo que quedó atrapado en su vuelo por entre los balcones, aferrarse a la verde rama de un naranjo que, guardo el perfume de su vida entre sus hojas.
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